Anécdota del Congo


Había decidido esperar hasta estar en algún otro lugar para escribir de mi estancia en África, pero por alguna razón que no podría describir tengo una sensación en el estómago que no me deja tranquilo, tal vez escribiendo se pase el efecto.

Vivo en un pequeño complejo habitacional por demás agradable, en una ciudad petrolera llamada Point Noire, en República del Congo, en África ecuatorial. Se acabó el agua (de garrafón, o grifo o como sea que le dicen en otros países, se terminó el agua limpia para tomar y aquí no se toma agua de la llave, en México tampoco). Así que fui al súper mercado por un garrafón de agua. Como ya era tarde, pensé que no vendría la señora que me ayuda con la limpieza del departamento donde vivo, por lo que aproveche para sacar la bolsa de basura. Salí del edificio por la parte de atrás, que es donde están los contenedores de basura. Cuando me iba acercando a estos, un par de ratas del tamaño de conejos salieron de por debajo de los contenedores. Siempre me es desagradable este tipo de cosas, pero bueno, un par de ratas, tampoco se acaba el mundo. Cuando me acerqué lo suficiente para arrojar dentro de uno de los contenedores la bolsa que llevaba, vi detrás de ellos un joven que buscaba comida. Ambos nos espantamos un poco, yo por encontrarlo inesperadamente, él, supongo que se sintió no sé si intimidado o avergonzado al verme, pues inmediatamente saco sus manos del contenedor como tratando de ocultar que estaba buscando comida de la basura.  
Por alguna razón me dejo pensando un poco el chico que encontré hurgando en la basura. No soy el tipo que da dinero a quienes lo piden regalado en la calle, pero este chico no estaba pidiendo dinero, estaba buscando comida en la basura y al parecer se avergonzaba o atemorizaba por ello, como si buscar comida fuese un delito. En el súper mercado donde compre el agua, compre un paquete de pan dulce y a mi regreso, antes de subir al departamento, fui a entregarle el pan.

Pensaba para mis adentros, espero que aun este, pues me habría sentido un poco mal, (aclaro, un poco) no haberlo podido ayudar. El tipo estaba sentado en el suelo comiendo algo de comida que juzgar por lo que vi, parecía efectivamente residuos de comida. Tenía un par de botellas sucias con un poco de agua, y tenía consigo también una escoba en buen estado. No tenía la completa apariencia de un tipo que vive en la calle, tenía una playera roja y un pantalón negro, ambas prendas unas poco sucias, y tenía también uno zapatos viejos que a leguas se veía que le quedaban grandes. Antes de que yo lo hiciera, el tipo me saludo, Bonjour Monsieur (aquí hablan francés). No tenía una expresión de cansancio, o pesar, al contrario, me pareció completamente lucido y con una expresión alegre y optimista. El chico debe de rondar en mi edad. Le entregue el pan, me di la media vuelta y me fui, pero un instante después regrese a decirle que me esperara, quería darle más cosas.

Pronto me voy a ir de aquí y en el departamento tengo algunas botellas de vino que compre para cuando recibo visitas, pero sé que no las voy a tomar en los pocos días de estancia que me quedan aquí. Pensé que sería buena idea dárselas. Las puse en una bolsa, y pensé que tal vez lo último que querría era vino, así que abrí el refrigerador y puse algunas cosas más de comida enlatada que tengo entre otras cosas.

Regresé a entregarle la bolsa con comida y las botellas de vino, no me atreví a mirarlo a los ojos y más que tratar de ayudarle, quería ayudarme a mí mismo, quería sentirme menos miserable por quejarme a pesar de tener más de lo que necesito y ver a un chico más optimista que yo cuando él no tiene mucho, cuando él no tiene nada.

No necesite venir a África para descubrir la miseria, pero me doy cuenta de que al parecer, ya se me había olvidado.

Sarahel.

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